Los límites del conocimiento

La opinión de Alejandro Artopoulos, luego del conflicto generado a partir de la reducción del presupuesto en Ciencia y Tecnología. "Se invirtió en ciencia sin intentar diálogo entre mercado e investigación"

Alejandro Artopoulos, Director del Laboratorio de Tecnologías del Aprendizaje en la Escuela de Educación de la UDESA.

¿Qué podemos aprender de la toma el MinCyT por el recorte de ingresos al Conicet? No me refiero a intentar reavivar el debate siempre alicaído sobre política de ciencia y tecnología. Me pregunto por los hechos, los datos, aspectos más o menos objetivos que emergen una vez que se retira la espuma del conflicto. Nuevo conocimiento que ayudará a pensar el futuro de la ciencia y la tecnología en el país.

I. Lo primero que salta a la vista fue la eficaz movilización del capital social a favor de la investigación científica y tecnológica. Si bien el episodio tiene un déjà vu noventista, sería un error confundirlo. No fue igual, esta vez nadie intentó mandar a lavar los platos a los investigadores, no hubo humillaciones públicas como lo hizo en su momento Cavallo.

Hay dos elementos del siglo XXI que marcaron la diferencia: la popularización de la ciencia y Twitter. El ejecutivo anterior fue el primer gobierno peronista en saldar sus históricas diferencias con la Comunidad Científica cuando aumentó el presupuesto, creó el Ministerio, el Canal Encuentro y Tecnópolis. Fue un antes y un después en la historia de la ciencia argentina. En el siglo pasado la ciencia fue ajena a lo popular, tanto en la cultura como en la política, con la unción del Peronismo y su mediatización, la ciencia se volvió “oficialmente” popular.

Es por eso que a diferencia de la heróica resistencia contra el ajuste brutal de la convertibilidad, el colectivo científico de 2016 se volvió comunidad organizada, estuvo dispuesta a movilizar su capital social y supo activar nuevos recursos comunicativos. Acción pública apalancada por las redes sociales que puso al gobierno a revisar varias veces sus propuestas hasta dar con una adecuada.

La toma del playon del Polo Científico-Tecnológico de Palermo funcionó en tándem con la batalla campal en Twitter, ciberespacio público sensible que el gobierno monitorea con precisión “científica” (Durán Barba dixit). El interés por el conflicto en la red social se incrementó desde el 13 de diciembre, se disparó el 18 hasta que llegó a trending topic por la tarde del 21. Es recomendable leer al respecto el minucioso estudio reseñado en “Jugada Preparada. Anatomía de una conversación” de Pablo González del blog científico El Gato y la Caja.

En Twitter se expresaron opiniones antagónicas que no aparecieron en otros medios, ni en la calle ni en los diarios. Opiniones descarnadas en 140 caracteres. Allí hubo usuarios que intentaron replicar a Cavallo cuando se dedicaron a fustigar la elección de temas de investigación, en particular de las ciencias sociales, memes negativos que atacaron investigadores clasificándolos de ‘militantes’ o ‘ñoquis’.

De acuerdo al estudio estos twitts parecen que fueron operados por “un sistema organizado de amplificación de contenido”, y evidentemente tuvieron un efecto similar al cajón de Herminio Iglesias. Momento incómodo para el gobierno ya que provocó lo peor del pensamiento “crítico” (de derecha) que el filósofo Rozitchner dice le hace tanto mal a la Argentina.

Para la sociedad el CONICET no es lo mismo que Aerolíneas o Fútbol para todos. Los valiosos recursos que se invirtieron en la formación de becarios que están listos para entrar en la carrera de investigador corren riesgo de ser desperdiciados. El mercado aquí funciona como destructor de riqueza. Porque un biólogo investigador puede terminar de taxista. La desinversión en capital humano antes de considerarla una opción legítima, debería admitirse como una pobreza igual o peor, a la pobreza material que se pretende erradicar. No se entiende el porqué del recorte si como afirmaron varios especialistas el impacto fiscal es insignificante.

II. Así como el conflicto marcó el límite de hasta donde se puede retroceder, también mostró las limitaciones de cuánto pudimos avanzar en las políticas tecnológicas hasta la fecha. Nos enseña sobre lo difícil que es conectar investigación con innovación productiva y social, y el equívoco acerca de los roles de la investigación, del mercado y del Estado para lograrlo.

Si bien se arribó a un acuerdo entre investigadores y gobierno, no hubo ni hay consenso sobre cómo acercar la investigación a la sociedad. Solo se ganó tiempo (un año) para decidir la distribución de los becarios. Un juego de suma cero, de posiciones irreductibles, que no se quedarán donde están hoy. Algo está crujiendo. No solo porque en los pasillos de la Casa Rosada pusieron a Barañao en capilla, sino porque este conflicto pone en duda verdades talladas en piedra desde el origen del CONICET.

La cuestión de fondo está lejos de ser saldada. En tanto los becarios siguen dispuestos a dar batalla para tener las mismas posibilidades de ingreso del año pasado para iniciar una carrera científica laisser-faire, el ejecutivo afirma que un país con el 30% de pobreza no se puede dar el lujo de seguir con el crecimiento lineal de población científica. Para Barañao "hacen faltan investigadores con un perfil diferente, más insertos en las necesidades del país". Los líderes gremiales por su parte se negaron a incluir en el acuerdo la posibilidad de que los becarios consideraran a las empresas privadas como un destino alternativo posible.

¿Por qué intentar el cambio cultural de los investigadores cuando más sensibles se encuentran? ¿Es oportuno mandar un becario al mercado? ¿Sabemos qué perfiles de investigadores pueden ir al mercado? Aquí el Estado se comporta como un electricista trucho generando gratuitamente cortocircuitos entre investigación y mercado. Es un hecho que solo una minoría de las empresas del país invierten en conocimiento. Aún cuando consideremos que el Conicet actual no estimula a los investigadores a transferir conocimiento, es aún más difícil las empresas privadas no cultivan un ethos del capitalismo del conocimiento.

Llegamos a esta situación porque se invirtió en ciencia sin intentar diálogo entre mercado e investigación, y mucho menos mediante la necesaria traducción entre ambas partes. Durante el gobierno anterior, un Estado rinoceronte, avanzó en solitario creyéndose capaz de prescindir del mercado, improvisó políticas descoordinadas y asistemáticas, que terminaron en un síndrome de Diógenes, acumulando compulsivamente actividades de investigación sin estrategia de sólida política tecnológica ni rapport con el mercado.

En el artículo Cuestión de prioridades. Cómo se define una estrategia para la ciencia de Martín De Ambrosio el biólogo Diego Comerci se pregunta cómo se puede seguir defendiendo El Plan Argentina Innovadora 2020 si se trató de un mapa enciclopédico de lobbies científicos, en donde el feudalismo del CONICET convierte en estratégico todo campo con investigadores activos en el país. Sin embargo el Plan es un buen punto de partida, ya que intentó definir cómo conectar la investigación existente. No es poco.

En una futura nueva versión sería oportuno hacer lo que falta. Es decir definir desde una perspectiva productiva cuáles son las áreas tecnológicas estratégicas y encontrar por ejemplo cuáles son las áreas de vacancia, qué nuevos campos de conocimiento es necesario cultivar en el país.

La idea de la Bioeconomía puede resultar atractiva y estilizada, pero muchas veces se da de patadas con la Transformación Digital que preocupa a la CESSl, o con los combustibles no convencionales de Vaca Muerta que Paolo Rocca piensa como una oportunidad única para una política de estado, e inclusive con la Agricultura Pampeana con su uso intensivo de transgénicos y agroquímicos. Necesitamos una aproximación pragmática al desarrollo del país.

Sería fácil pivotear sobre este eje del bien y el mal, avivar el fuego del enfrentamiento, caer en posiciones opuestas y simétricas, simplificando el conflicto a argumentos encontrados. La dialéctica al infinito de neoliberales y populistas ya cansó hace tiempo. No tiene sentido reducir la complejidad cuando la realidad permite evitar lecturas exageradas o superficiales.

Aunque a los twitteros no les guste, el futuro del desarrollo del país antes que someter la ciencia y la tecnología a la “demanda” del mercado, se juega en la traducción eficaz de un proyecto estatal realista que sea capaz de convocar en culturas empresarias, artísticas, científicas y tecnológicas a los pioneros de la economía del conocimiento.