El costo del machismo

La opinión de Mariano Stampella: co-founder de intive-FDV

Siempre que discriminamos empeoramos los indicadores económicos de cualquier grupo humano (empresa, comunidad, país, industria). Al hacerlo, nos perdemos la oportunidad de contratar en toda ocasión a los mejores, nos basamos en sesgos que nos hacen performar peor y perder plata.

Si bien sucede en todas las industrias, en el mundo del software se presentan algunas particularidades que nos demandan poner manos a la obra con extrema urgencia.

Para empezar, nos encontramos con abrumadores datos de crecimiento. En una industria de pleno empleo a escala global, donde cada año que pasa se pierde una enorme cantidad de ingresos porque no se llegan a cubrir todas las vacantes disponibles que existen, tenemos que superar toda barrera que nos impida conseguir el mejor talento. Cada año, países, industria y profesionales pierden dinero porque no cuentan con personas interesadas en formar parte de un sector cuyos ingresos prácticamente se triplicaron en tan sólo 10 años.

En el siguiente gráfico, extraído del informe realizado en abril del 2016 por la Cámara de Empresas de Software y Servicios Informáticos de Argentina (CESSI), se puede ver muy claramente el impresionante crecimiento del cual fue protagonista la industria de Software durante el período 2005-2015:



Este impactante crecimiento se basa en la materia fundamental sobre la que se sostiene toda la industria: el talento, la inteligencia humana, la capacidad de resolver algoritmos y convertirlos en bits que vuelan a través de una infraestructura cada día más barata y menos limitante. Los números hablan por sí solos: cada año quedan sin cubrir 5.000 puestos en el sector del software, ausencias que se traducen en una pérdida (calculada aproximadamente a partir del promedio que se factura anualmente por persona) de USD 236.405.000 anuales.

Un segundo factor propio de la historia de la industria es el hecho de que en el pasado presentaba una diversidad de género mucho mayor a la actual. El desarrollo de software fue una disciplina que desde sus orígenes atrajo a las mujeres y esta afirmación es sostenida con pruebas contundentes. En los Estados Unidos, en el año 1984, el 37% de los graduados en carreras técnicas-informáticas eran mujeres; hoy son sólo el 18%. En Argentina, según el informe realizado por la Fundación Sadosky, el decrecimiento es aún más profundo: en la carrera de Ciencias de la Computación de la Universidad de Buenos Aires (UBA), las mujeres llegaron a ser el 75% del alumnado en los años ‘70, mientras que ahora representan tan sólo un 11% del total.

El siguiente gráfico muestra cuán abrupta fue la caída en comparación con otras disciplinas, incluyendo carreras científicas como la física:



Los motivos son diversos pero, sin duda, el impacto de la computadora personal como un objeto que se ubicaba preferentemente en la habitación del hijo varón (es muy recomendable escuchar el podcast: http://www.npr.org/sections/money/2016/07/22/487069271/episode-576-when-women-stopped-coding), sumado a una industria de videojuegos que hizo un especial foco en los hombres (porque eran quienes tenían la computadora) y en la guerra (tal vez por otros motivos), rápidamente expulsó a las mujeres de las aulas y, consecuentemente, de la industria en sí.

Por lo tanto, en un sector que crece y demanda profesionales, que tiene en su historia grandes mujeres y la experiencia de haber sido mucho más diversa en materia de géneros, un cambio cultural significaría un crecimiento económico inmediato, además de uno mucho más profundo y relevante en el largo plazo.

Se están mejorando algunos indicadores. En la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), por ejemplo, hay una evolución positiva: “En 2007 ingresaron un 12% de chicas. En 2016 ingresó un 19%”, iniciativas como Chicas en tecnología -y su increíble proyecto Programando un Mundo Mejor (PUMM)-, AdaIT o LinuxChix muestran un interés cada día mayor en resolver la brecha y, por lo tanto, hacer crecer la industria.

¿Qué se puede hacer? Tomar conciencia, buscar datos, investigar, colaborar y participar (por ejemplo, siendo mentores en el CET), lo mismo que hacemos para resolver cualquier otro problema. Un ejemplo concreto son los brillantes análisis sobre la última encuesta de sueldos de Sysarmi que llevó a cabo Pablo Fernández, donde examina la diferencia de salarios entre hombres y mujeres siguiendo un método transparente, claro y muy inteligente para mostrar que le pagamos menos a las mujeres que a los hombres, lo cual, por supuesto, desmotiva a las mismas a participar en tecnología.

¿Qué no hay que hacer? Creer que las cosas cambian solas, que simplemente todo se va a resolver mágicamente con el tiempo. Si se lograron cosas, fue por la lucha de personas que pusieron y ponen sus energías en generar cambios. Un reporte muy interesante es el que hizo la empresa Randstad en donde se evidencia que existe una corrección discursiva que no se ve reflejada en los hechos.

Una de mis frases favoritas, en la que pienso siempre cuando hablo y leo sobre este tema, es la que dijo una vez el Premio Nobel de la Paz, Desmond Tutu, “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”.

(*) Mariano Stampella: co-founder de intive-FDV