10 cosas que voy a hacer con mi auto que maneja solo (cuando lo compre)

"A modo de anticipo del futuro que vendrá, y para ganarle tiempo al tiempo, empiezo ya mismo a imaginarme las diez cosas que haré con mi auto que maneja solo"

Los autos que manejan solos están a la vuelta de la esquina, dice la gente que vive a la vuelta de la esquina de Google.

Y yo, peatón eterno, sueño a veces con la posibilidad de ganar autonomía a fuerza de entregar por completo mi autonomía. Sí, ya sé, es redundante e irónico, pero así es el futuro, redundante e irónico, y redundante, e irónico.

A modo de anticipo del futuro que vendrá, y para ganarle tiempo al tiempo, empiezo ya mismo a imaginarme las diez cosas que haré con mi auto que maneja solo, como ya se habrán imaginado todos aquellos que leyeron el título de esta nota, porque ahora (en el futuro) hacer listas es la posta para hacer notas. Aguante el futuro. Va la lista:

  1. Insultarlo (al auto), día y noche. Quejarme todo el tiempo de cómo maneja, de las rutas que elije, de cómo no entiende el componente artístico del acto de manejar, aunque yo no manejé nunca en mi vida.
  2. Pedirle que me lleve a dar una vuelta y quejarme porque me pide que le especifique por dónde. Si quiero ir “a dar una vuelta” es porque no sé a dónde quiero ir. Auto, ponete las pilas.
  3. Cargar como direcciones la obras completas de Felisberto Hernández, o Macedonio Fernández, o Marta Minujín, y que el GPS nos lleve a naufragar en la incoherencia, juntitos, porque al final, después de tantos insultos y quejas, la verdad es que lo quiero a mi auto que maneja solo (lo quiero mucho, pero mi cariño es así).
  4. Emborracharme y olvidarme de a dónde lo dejé, e imaginar por siempre una vida posible del auto que un día se cansó de esperarme y salió en busca de un destino distinto al mío, cual paloma ciega que echa vuelo en pantuflas, las mismas pantuflas que no encuentro desde el año mil novecientos noventa y siete. Porque todo lo que pierdo tiende a encontrarse al final en el infinito.
  5. Ver cuánto es lo mínimo, lo mínimo absoluto, que el auto puede avanzar de una vez y sin carrera, desde la quietud total. Hallar el quantum de movimiento de un vehículo automático es un sueño que tengo desde que empecé esta lista; o desde que terminé de anotar el punto anterior, el número cuatro.
  6. Llevarlo a la isla más aislada del Tigre (no importa cómo, eso lo resolvemos el día que los autos que se manejan solos salgan al mercado) y pedirle (ordenarle) que vaya a comprar puchos. Verlo hundirse en el lodo imposible del fondo del río de un delta del Tigre con una risa macabra que se convierte en un llanto (sincero).
  7. Poner un perro en el asiento de adelante y salir a andar con las ventanillas bajas, y que la gente la flashée. Supongo que en algún lugar de la Internet deben alquilar perros. Porque no quisiera tener un perro sólo para hacer este chiste. Otra opción: llevar un bastón blanco y lentes de sol, estacionar en el centro, y bajar disfrazado de ciego, y que la gente flashée. La esencia de estas dos ideas es que no todo el mundo se va a acostumbrar al mismo tiempo al hecho de que existen los autos que conducen solos, y siempre alguno la va a flashear.
  8. Ponerlo a dar vueltas manzana y sentarme en la vereda a verlo pasar, con un mate y un gesto de “el futuro es redundante e irónico” que tengo muy practicado. Consta de un ceño fruncido y la boca tirante. Si lo vieran, entenderían lo apropiado que es para una ocasión así.
  9. Jaquearlo para obligarlo a cometer crímenes y después echarle la culpa; visitarlo en la prisión que la justicia determine es la más adecuada para un auto criminal sin conductor; llevarle bizcochitos de grasa y cigarrillos para que use a modo de trueque para conseguir lo que sea que quieran los autos sin conductor; averiguar qué es lo quieren los autos sin conductor; publicar el resultado de esta averiguación en Internet, probablemente en CanalAR.
  10. Poner rumbo a Mar del Plata y dormir, llegar, poner rumbo a Buenos Aires y dormir. Pasarme así la vida. Acumulando kilómetros y horas de sueño. Me va a salir una fortuna, ya sé. Pero si levanto pasajeros puedo convertirlo en un negocio. Seremos un micro de larga distancia, mi auto y yo. Esa es la vida por la que optamos. La vida de la ruta, de la eterna ida y el eterno retorno. A lo mejor alguna vez, si el clima lo permite, nos meteremos al mar, y barrenaremos una ola. Una solita. Tampoco vale la pena exagerar.

(*) Julián Urman: Escritor, guionista, músico, Spiderman.