La ingeniería del hacking
4 de Julio de 2017La opinión de Mariano Stampella, co-founder de intive-FDV
Cada tanto, en las oficinas de Intive-FDV surge el mismo interrogante ¿deberíamos estudiar química los ingenieros en Informática? Esta pregunta que da lugar a las más diversas discusiones.
Una gran proporción de efedevianos viene de FIUBA, lugar donde, además, estudiamos los 7 socios de la empresa y donde la currícula tiene una gran dosis de materias comunes con el resto de las ingenierías.
Esta discusión esconde una gran revolución de nuestros tiempos, no sólo por el impacto que la ciencia, la tecnología y la comunicación están generando en nuestra especie y el planeta en sí mismo; sino también por el valor de las ideas, las políticas y las organizaciones dentro de las sociedades.
En su polémico y atrapante libro, Noah Harari describe el histórico vínculo existente entre los imperios modernos y el desarrollo científico/tecnológico/militar. Durante las expediciones de conquista, aventureros como Cook llevaban consigo un gran número de científicos que investigaban lenguas, fauna, flora, geografía e historia. De alguna manera el enorme crecimiento de los imperios modernos europeos, según la mirada de Harari, estuvo muy vinculado al desarrollo de tecnologías que representaban una ventaja enorme por sobre el resto del mundo.
En este mundo, que acaba de descubrir el poder de la tecnología para conquistar(se), nacieron las primeras carreras de ingeniería. En 1795, Napoleón autorizó el establecimiento de la fcole Poly-technique, primera escuela técnica en la Europa del siglo XIX. Habían pasado apenas 32 años desde que James Watt había mejorado la máquina de vapor y la revolución industrial comenzaba.
Aprender ciencias básicas para luego mejorar los procesos y optimizar las maquinarias para representar un diferencial militar o un diferencial económico para el joven y viril capitalismo de la época, fue la base para el armado de las currículas de ingeniería que hoy dominan prácticamente todo el mundo. Sin ir más lejos, cuando comencé a estudiar, el paradigma dominante en el desarrollo de software estaba inspirado en la construcción industrial y la industria manufacturera.
Hackeando la ingeniería
En 1971, siendo estudiante de primer año de Física en la Universidad Harvard, Richard Stallman se convirtió en un hacker del Laboratorio de Inteligencia Artificial del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y, diez años más tarde, sin ninguna incumbencia que lo habilitara a ejercer como hacker, programador o ingeniero, creó el Manfiesto GNU y dio origen a una de las más apasionantes revoluciones del conocimiento que se hayan dado en el mundo: el código abierto.
Unos cuantos años más tarde en un resort de ski de Utah, un gran número de referentes de desarrollo de software crearon el manifiesto ágil, cuyos valores iban más allá. Planteaban nuevas formas de crear equipos inspirados en los siguientes valores:
- Los individuos y su interacción, por encima de los procesos y las herramientas.
- El software que funciona, por encima de la documentación exhaustiva.
- La colaboración con el cliente, por encima de la negociación contractual.
- La respuesta al cambio, por encima del seguimiento de un plan.
En el 2006, Julian Assange, un hacker australiano (sin título de ingeniero) y otro grupo de hackers alrededor del mundo crean Wikileaks con el objetivo de hacer pública información que gobiernos y organizaciones ocultan al pueblo. Edward Snowden (sin título) se apoya en ellos para publicar sus investigaciones que demuestran y confirman el uso militar de internet.
Al mismo tiempo, en el mundo de los negocios, en el norte de California creció una industria vinculada al desarrollo de software que se nutrió fuertemente de todas estas ideas: la tecnología como forma de conquistar el mundo, el código abierto, las metodologías ágiles y la cultura hacker. Creando un irrepetible fenómeno de innovación y desarrollo tecnológico que parece irreproducible, imparable y cuyo impacto en la vida cotidiana de todos se volvió enorme.
Desde San Francisco y la región de la bahía, personas como Steve Jobs, Mark Zuckerberg o Jack Dorsey nos cambiaron la vida. Ellos nunca terminaron sus carreras universitarias.
Pero ¿qué hace a los informáticos tan diferentes del resto de los ingenieros? ¿Por qué parecemos tan reacios a seguir las simples leyes de la educación tradicional? Creo que nunca nos hemos sentado a reflexionar sobre la rareza de nuestra profesión.
¿A qué se parece escribir código? ¿A qué profesión realmente se asemeja escribir un cierto lenguaje que se transmite, duplica, ejecuta y utiliza alrededor del mundo en segundos? ¿Qué se puede convertir directamente en una nueva moneda, en un sistema que aprende sólo u otro que crea música y arte?
Somos una de las primeras disciplinas que nacieron y se desarrollaron en un mundo completamente diferente al que se forjaron otras ingenierías. Nuestra “materia” es invisible, clonable, multiplicable inclusive capaz de cambiarse a sí misma sin intervención humana. Somos nosotros mismos quienes estamos transformando nuestra propia realidad más rápido de lo que podemos analizar. Nuestra forma de aprender y de compartir, de crear y transformar está recién comenzando a buscar su lugar en el mundo, mientras lo transforma.
Entonces, ¿deberíamos estudiar química? Estoy convencido de que no. También pienso que debemos abandonar la currícula tradicional de las épocas de Napoleón y adaptarla a un mundo muy diferente. Es necesario comprendernos como una disciplina que creó sus propias reglas y su propia dinámica de aprendizaje. Es tiempo de pensar en currículas mucho más flexibles y amplias, donde la curiosidad y las ideas, como las del código abierto, las metodologías ágiles, la cultura hacker y emprendedora sean los ejes de aprendizaje.
(*) Mariano Stampella: co-founder de intive-FDV