En los últimos años se ha visto proliferar distintas formas asociativas entre grupos de empresas, universidades y entidades públicas, a lo largo de Argentina. Ya hemos dado cuenta de esto, en la columna de opinión “La importancia de los Polos y Clústeres tecnológicos en Argentina” Sin embargo, no parece haber políticas públicas que los fomenten ni iniciativas que los incluyan, cuando su relevancia en el ecosistema es vital. Veamos un poco esto
Hasta el año pasado llevaba contabilizados 28 de estas formas asociativas (Polos, Clústeres, Cámaras o Asociaciones ad-hoc), en diferentes localizaciones geográficas de nuestro país. Seguramente hoy deben superar las 30, si considero algunas de reciente creación. Estas formas asociativas, incluyen empresas de diferente porte, monotributistas, entidades educativas (terciarias y superiores), y oficinas o entidades gubernamentales, entre otros entes que la componen. Y esto sin contar otras formas asociativas menos tradicionales, o aún informales como las que se dan por los numerosos after office, entre emprendedores.
Lo cierto que el fenómeno asociativo se difunde, con inusitada fuerza, y si bien aún no alcanza a todas las empresas y ciudades existentes en la república, se nota que sigue en expansión. Y esto es auspicioso. De hecho, la misma mesa de coordinación que constituye el CFESSI (Consejo Federal de Entidades de Software y Servicios Informáticos), debe ser uno de los mejores ejemplos asociativos que he visto, dado que no constituye una entidad jurídica, ni recibe algún tipo de estímulo para su funcionamiento, y sin embargo opera desde hace unos años, principalmente por el propio entusiasmo de quienes lo constituyen.
Si tendríamos que definir los elementos comunes que se dan en la mayoría de los casos, identificaríamos básicamente tres: la existencia de un centro educativo ligado a tics en la región (sea este parte de la entidad o no), un conglomerado de empresas pymes nacionales impulsoras, y una necesidad de conseguir “sacar la cabeza”. Claro, esto último luego de tomar conciencia que solos es una tarea muy difícil.
Algunas formas incorporan otros actores pertenecientes al ecosistema, como empresas internacionales, (o filiales de empresas de otras regiones), entidades gubernamentales, ente de promoción económica, etc.etc.
De cualquier forma, las pymes y los monotributistas se encuentran casi siempre incluidos y finalmente son el motor que mueve este tipo de emprendimientos dada su natural pertenencia a la zona de influencia y sus ganas –y necesidad- de hacer cosas.
Ahora bien, estos emprendimientos son fruto de la necesidad de sus miembros, tratando de encontrar espacios para crecer, oportunidades para poder expandir sus desarrollos y lograr alguna clase de reconocimiento que les permita alcanzar metas que los hagan superar su situación actual. En algunas regiones estas iniciativas tienen apoyo provincial o municipal, aunque en muchos casos limitadas y con altibajos dependiendo de los funcionarios de turno. Algunas de las iniciativas más recurrentes están enfocadas a la promoción en otros mercados (nacionales o internacionales), a procurar alcanzar programas de certificaciones –de calidad por ejemplo-, o establecer esquemas de capacitación para sus integrantes. Pero raramente apuntan a los temas centrales que les darían una forma de competitividad sistémica: la reconversión para insertarse en nichos específicos de negocios (especialmente los ligados a las economías regionales), y/o obtener una escala que les permita competir a escala nacional o internacional.
Vemos estos aspectos.
La gran mayoría de los emprendimientos regionales están ligados a la provisión de software y servicios que demanda la actividad primaria. Así nacieron y de eso viven principalmente. Y estos normalmente son los que están más cerca de las necesidades mínimas de una administración. Es por eso que proliferan los sistemas de gestión, los puntos de ventas, los de sueldos y jornales, o cualquiera de las otras formas que son demandadas por mini o microempresas de la zona. En algunos casos, y de manera por lo general limitada, proveen a fábricas, negocios o empresas de mayor porte en temas específicos o trabajan contra demanda de empresas de Buenos Aires, Córdoba o Rosario. Por lo tanto sus ingresos son producidos mayormente por clientes pequeños, o el rebalse de trabajos de terceros, que les permiten tener un volumen de trabajo acotado, pero pocas posibilidades de expansión. Incluso, en las zonas donde existen plantas de empresas de gran envergadura de otro rubro, es posible que no le compren sus productos o servicios, dado que buscan soluciones globales o nacionales, con el atendible argumento que les permiten ser más competitivos en su rubro. Por lo tanto, la posibilidad de crecimiento se encuentra extremadamente limitada.
Por otro lado, seguramente en la región existe una economía relacionada con algún tipo de producción, que se concentra en la misma (el sector minero en San Juan, vitivinicultura en Mendoza y otras provincias, cítricos en Tucumán, Alta tecnología en Bariloche, pesca en Mar del Plata, Bahía, o Madryn, etc., solo por mencionar algunos casos). Por lo tanto resultaría por demás atinado, ayudar a que las empresas de esa zona se reconviertan para poder proveer soluciones específicas para esa actividad económica, haciendo un efecto positivo para ambas: unas logran generar nichos específicos, y otras ganar en competitividad con proveedores confiables locales. Sin embargo este nivel de complementariedad raramente existe. Y es aquí donde la intervención de organismos públicos o mixtos, puede ayudar para articular esta relación a través de incentivos que permitan que se genere una auténtica oferta innovadora, en nichos donde la región tiene demanda y campo de experimentación. No por nada muchos de los software ligados a la industria minera, por ejemplo, provienen de determinadas zonas de Australia, o Canadá, o los de la industria forestal o gasífera de este último país. Hay una estricta relación entre la economía regional y la producción tecnológica relacionada. ¿Quién necesita un certificado de calidad para sistemas ligados a la seguridad, cuando estos provienen de Israel, por ejemplo?. De la misma manera (y salvando las diferencias), ¿Quién dudaría que Argentina podría producir sistemas ligados a la explotación agropecuaria, cuando es uno de los mayores productores mundiales?. De esto hemos hablado reiteradamente cuando nos referimos el concepto de ValueSoft, es decir sistemas ligados a mercados específicos con mucho mayor nivel de conocimiento específico.
Por lo tanto, una de las grandes oportunidades de nuestro país, es aprovechar el hecho de tener su producción económica diversificada, para crear conglomerados productivos colindantes que aprovechen el campo de experimentación y la capacidad de la demanda, transformándola en nuevas formas de conocimientos que a su vez la potencien.
En algunos casos estos patrones de especialización no responden a la demanda de la economía regional, si no a condiciones existentes que generaron capacidades y conocimientos, para generar algún tipo de tecnología, con potencial de desarrollo pensando en otros mercados. Esta también es una forma interesante de aproximarse al tema. Buscar áreas de competencia donde se tenga ventas competitivas, a partir de otros desarrollos o experiencias existentes o know how relacionado (por ejemplo, lo que podría hacer la existencia de un INVAP en Bariloche, para el ecosistema local, generando productos derivados).
Por lo tanto, el primer gran grupo de acciones, debería estar destinado a reconvertir las capacidades existentes.
El segundo gran tema, es la obtención de escala, para atender otros mercados tanto sean nacionales como internacionales. Aquellos que han concurrido a ferias y encuentro de negocios, saben que en el mundo las mayores relaciones se establecen en grandes volúmenes o entre compañías del mayor porte. Si lo que se busca en abrir nuevos mercados, sin dudas un factor relevante son las “garantías” que el vendedor puede dar al comprador de que su oferta es competitiva y sostenible en el tiempo –más aún en el mundo de los intangibles-. Caso contrario, el comprador solo hará alguna operación menor para testar la capacidad productiva, pero sin expectativas de mucho mas. Una de los aspectos que más impacta a la hora de presentarse, son los antecedentes de la empresa y su capacidad de ejecución. Nadie razonablemente tomará riesgos confiando en un proveedor que solo tenga pocos empleados o sus oficinas a la distancia. En este sentido entonces, hay que impulsar la generación de otras formas asociativas que permitan poder competir en mejores condiciones en mercados más atractivos. Y estas formas exceden la tibieza de hacer consorcios, salvo que haya un compromiso muy rígido entre las partes de complementación y ejecución en conjunto. Las formas asociativas tendrán que ser tan sólidas que permitan desplazar el concepto de empresa individual por el colectivo, generando nuevas marcas y procedimientos únicos. No hay muchas otra chances para ganar escala.
Además, estas empresas debido a su tamaño, presentan inconvenientes a la hora de presentarse a otra clase de incentivos existentes, destinados básicamente a otras de mayor amaño, lo que se les convierte en un doble problema, dado que posibles competidores si puede acceder. Nuevamente, un grado de asociatividad mayor, les permitiría acceder más fácilmente a estos planes promocionales (la ley que promociona a la industria del software por ejemplo). Y aquí nuevamente aparece la necesidad de establecer políticas públicas o semipúblicas que ayuden directamente a crear estas formas asociativas, porque a las empresas individualmente les resultará muy difícil pensar al mismo tiempo en sus negocios del día a día, y simultáneamente crear una nueva forma organizacional que los contenga junto con otros colegas. Un par de ejemplos claros son los de los grupo CREA, o “Wines of Argentina”, por ejemplo. Grupos de intereses en común que ya no solo se unifican en pos de una estrategia única de marketing, sino también una serie de aspectos que hace que el comprador potencial no vea la diferencia entre el todo y las partes. Y estas formas asociativas, puede que no solamente incluyan empresas, sino también centros de I+D, entidades educativas y hasta oficinas gubernamentales descentralizadas.
En suma, trabajar por ganar escala, por sumando las partes en un solo esfuerzo.
Es por ello, que creo que va llegando la hora que se piense en generar una serie de políticas públicas que permitan realizar estas transformaciones y crear una auténtica y sólida industria tecnológica, desarrollada en diferentes geografías de nuestro país.
¿Por qué ahora? Primeramente por entiendo que el inicio del tercer siglo de vida como nación independiente nos debería impulsar a pensar en otras formas para economía, más evolucionadas, donde el conocimiento sea la base de sustentación y no solo los recursos naturales o la transformación primaria industrial. Ya hemos escrito en El próximo siglo y la economía de base tecnológica, sobre este asunto. En segunda medida porque muchos de los conglomerados productivos existentes, provienen de esquemas asociativos con tiempo suficiente de trabajo, lo cual permite pensar que han alcanzando un grado de madurez que permite ser optimista con los resultados. Tercero, porque si no operan políticas públicas (o semi-públicas), estas más que interesantes formas asociativas, se irán diluyendo por la falta de objetivos –y resultados tangibles- que las sustenten, desaprovechando otras vez capacidades productivas existentes en nuestro país, que está claro que deberíamos perder.
Claramente no son estos los dos únicos aspectos que identifican las necesidades que estos conglomerados productivos tienen, pero sin duda es un buen momento para hablar de ellos, y plantearnos la posibilidad que existan marcos adecuados para que sean realmente un motor del desarrollo de la economía de base tecnológica en Argentina. En suma, hora de no perder las oportunidades.
Publicado por Carlos Pallotti el Martes 20 de Abril de 2010
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